J M
2013-06-09 15:37:39 UTC
Muy bueno democracia o..
Domingo 9 de Junio de 2013
Idiosincrasias de la economía política del cristinismo
Por Sergio Berensztein
Para LA NACION
---------------
El cortoplacismo , la ausencia de una mirada estratégica y la
obsesión por la acumulación del poder personal han sido
características fundamentales de la cultura política argentina. Por
ello, el país ha fracasado en construir un sistema
político-institucional estable, previsible y transparente, con
capacidad para procesar las demandas de la ciudadanÃa, aprovechar
el potencial de nuestros recursos humanos y naturales, y amortiguar los
potenciales efectos negativos de un entorno global siempre desafiante y
complejo.
Aun con un aparato estatal que representa casi el 40 por ciento del PBI
la Argentina es incapaz de proveer los bienes públicos indispensables
(seguridad, justicia, educacion, salud, infraestructura básica,
cuidado del medio ambiente) para generar mecanismos efectivos de
integración y movilidad social ascendente. Gastar mucho no implica
gastar bien, en particular cuando se ignoran los estándares
internacionales de administración pública. Los desafíos que el
país tiene e ignora hoy son los mismos que tuvo e ignoró en el
pasado. Contradiciendo la retórica estatista del Gobierno, el sector
público sigue siendo parte del problema y no de la solución. Los
pacientes usuarios del SUBE son los últimos testigos de este flagelo.
En este sentido, el kirchnerismo primero y el cristinismo en la
actualidad reconocen genuinos y evidentes lazos de continuidad con
múltiples experiencias políticas previas: peronistas y no
peronistas, democráticas y autoritarias. Los frecuentes esfuerzos por
autodefinirse como expresiones de ruptura con el pasado no alcanzan para
borrar los rasgos en común. Ya demostró Eric Hobsbawn que las
tradiciones y las identidades se inventan en general desde el poder,
fundamentalmente cuando se exacerban valores patrióticos y
nacionalistas (http://www.nationalismproject.org/what/hobsbawm.htm ).
Tampoco se trata de un fenómeno estrictamente argentino. En un
importante libro reciente, los profesores Bruce Bueno de Mesquita y
Alastair Smith, de la New York University, identifican un conjunto de
reglas básicas que han caracterizado históricamente el
comportamiento de múltiples líderes políticos: limitar al extremo
los círculos de confianza, asegurarse de que ningún aliado sea
irreemplazable, controlar el flujo de recursos públicos acumulando
mucha fortuna personal, dividir la riqueza para favorecer a los aliados
y evitar tener que depender de sus aportes. Es cierto, la hipótesis de
los autores es sumamente cínica: sostienen que el principal, si no el
único objetivo de los líderes, es permanecer en el poder. El
título del libro es provocador: El manual de los dictadores: por qué
es casi siempre políticamente beneficioso hacer las cosas mal ( The
Dictator's Handbook: Why Bad Behavior is Almost Always Good Politics ,
New York, Public Affairs, 2011).
Los autores también afirman que las sociedades que pretenden ser
democráticas deben construir anticuerpos contundentes para minimizar
los efectos depredadores de los liderazgos hegemónicos puesto que, de
lo contrario, la libertad y los derechos individuales estarían
amenazados. En particular, se debe evitar la perpetuación de los
líderes y la instalación de partidos únicos con reglas de
competencia que aseguren la alternancia en el poder. Es lo contrario de
lo que insinúa el Gobierno con la reforma constitucional.
Como consecuencia de sus graves disfunciones político-institucionales,
la Argentina tiene hoy una pésima reputación en el mundo de los
negocios por los cambios permanentes en las reglas del juego, la
discrecionalidad de los funcionarios, la falta de transparencia y de
políticas anticorrupción, la mala calidad de la regulación y la
escasísima credibilidad de la Justicia. Es esta la causa central de
los problemas de competitividad, junto con el atraso cambiario. Incluso
antes de las ultimas medidas proteccionistas y de la modificación en
los requisitos de capitalización de los bancos, una de las principales
instituciones financieras del mundo recomendaba a sus clientes
deshacerse de todas las acciones de empresas argentinas, dada la
incertidumbre que caracterizaba el entorno de negocios.
En este contexto, es una pena que el Gobierno no se anime a defender
públicamente la importancia estratégica de la minería. Esta
actividad está intrínsecamente ligada a la historia de América
latina y del capitalismo. Se puede aprender de los errores y de los
éxitos de esa dilatada experiencia y asegurar los mejores estándares
medioambientales existentes en países desarrollados con auditorías
independientes y controles efectivos. Asimismo, las comunidades locales
deben asegurarse de que existan programas público-privados que
permitan que los habitantes se beneficien en forma directa y sustentable
de la riqueza generada. Sería lamentable que la desinformación, el
oportunismo, la demagogia y un falso fervor participacionista,
patriotero y xenófobo opaquen los efectos positivos de la actividad e
impidan que el corredor cordillerano se convierta en un motor de
desarrollo similar a la pampa húmeda. Nótese que Chile tiene 17
millones de habitantes, una población casi similar a la de las áreas
pobres de los principales manchones urbanos del país. En otras
palabras, la minería puede contribuir a mejorar la distribución
poblacional y a resolver el problema de la pobreza en la Argentina. La
renuencia al debate expone con mayor contundencia el anacronismo que
caracteriza la visión y los instrumentos que promueve el Gobierno. Un
importante diplomático advertía esta semana, no sin sorpresa, que
"todos sabemos que la inflación, el proteccionismo y el
intervencionismo exacerbado tienen efectos negativos. ¿Cómo puede
ser que una persona informada e inteligente como Cristina crea lo
contrario?" En efecto, en el "mundo del derecho" en el que cree vivir la
Presidenta no existe la inflación, y el proteccionismo es la mejor
forma de cuidar el empleo y el superávit comercial. Si el aumento
generalizado de precios fuera sólo el 9 por ciento que reporta el
Indec, deberíamos estar debatiendo un programa de estabilización. Es
lo que sucede en Brasil o Uruguay, donde están preocupados con un
índice de 6%. O en China, donde se implementó recientemente un serio
ajuste cuando la inflación alcanzó ese umbral.
Sin embargo, el aislamiento cultural y la notable falta de interés
frente a lo que opina la comunidad internacional de las decisiones del
Gobierno se expresan más claramente en la profundización de las
medidas proteccionistas. Aun cuando no haya que ser ingenuo en materia
comercial y suponer que los países cumplirán a rajatabla con las
normas definidas en los tratados internacionales, ¿pueden violarse
acaso la letra y el espíritu del Mercosur y las reglas de la
Organización Mundial de Comercio (OMC) sin contemplar consecuencias
negativas para el país? Aun si este fuera el caso, ¿supone la
Presidenta que se pueden sustituir y financiar rapida y localmente con
precios y estándares de calidad comparables los productos que hasta
ahora se venían importando, sin crear cuellos de botella y problemas
de logística? Tal vez se trate de una táctica transitoria: "En julio
veremos qué pasa", reflexionaba esta semana un funcionario del
Gobierno. Pero las consecuencias en términos de imagen y los costos
que deberán asumir los agentes económicos afectados tendrán
repercusiones mucho más duraderas.
En este sentido, tal vez el papel de Alicia Castro no deba
circunscribirse a la normalización de las relaciones con Gran
Bretaña en medio del fuego cruzado, por suerte sólo retórico,
del conflicto de Malvinas. Tal vez, luego de la extravagante sugerencia
de Guillermo Moreno a las aerolineas internacionales para que
incrementaran sus compras de productos argentinos, incluyendo la
lencería que utiliza el personal de a bordo, la ex embajadora en
Venezuela está particularmente capacitada para explicarle al mundo el
Frente para la Victoria's Secret,
o la peculiar economía política del cristinismo..
Domingo 9 de Junio de 2013
Idiosincrasias de la economía política del cristinismo
Por Sergio Berensztein
Para LA NACION
---------------
El cortoplacismo , la ausencia de una mirada estratégica y la
obsesión por la acumulación del poder personal han sido
características fundamentales de la cultura política argentina. Por
ello, el país ha fracasado en construir un sistema
político-institucional estable, previsible y transparente, con
capacidad para procesar las demandas de la ciudadanÃa, aprovechar
el potencial de nuestros recursos humanos y naturales, y amortiguar los
potenciales efectos negativos de un entorno global siempre desafiante y
complejo.
Aun con un aparato estatal que representa casi el 40 por ciento del PBI
la Argentina es incapaz de proveer los bienes públicos indispensables
(seguridad, justicia, educacion, salud, infraestructura básica,
cuidado del medio ambiente) para generar mecanismos efectivos de
integración y movilidad social ascendente. Gastar mucho no implica
gastar bien, en particular cuando se ignoran los estándares
internacionales de administración pública. Los desafíos que el
país tiene e ignora hoy son los mismos que tuvo e ignoró en el
pasado. Contradiciendo la retórica estatista del Gobierno, el sector
público sigue siendo parte del problema y no de la solución. Los
pacientes usuarios del SUBE son los últimos testigos de este flagelo.
En este sentido, el kirchnerismo primero y el cristinismo en la
actualidad reconocen genuinos y evidentes lazos de continuidad con
múltiples experiencias políticas previas: peronistas y no
peronistas, democráticas y autoritarias. Los frecuentes esfuerzos por
autodefinirse como expresiones de ruptura con el pasado no alcanzan para
borrar los rasgos en común. Ya demostró Eric Hobsbawn que las
tradiciones y las identidades se inventan en general desde el poder,
fundamentalmente cuando se exacerban valores patrióticos y
nacionalistas (http://www.nationalismproject.org/what/hobsbawm.htm ).
Tampoco se trata de un fenómeno estrictamente argentino. En un
importante libro reciente, los profesores Bruce Bueno de Mesquita y
Alastair Smith, de la New York University, identifican un conjunto de
reglas básicas que han caracterizado históricamente el
comportamiento de múltiples líderes políticos: limitar al extremo
los círculos de confianza, asegurarse de que ningún aliado sea
irreemplazable, controlar el flujo de recursos públicos acumulando
mucha fortuna personal, dividir la riqueza para favorecer a los aliados
y evitar tener que depender de sus aportes. Es cierto, la hipótesis de
los autores es sumamente cínica: sostienen que el principal, si no el
único objetivo de los líderes, es permanecer en el poder. El
título del libro es provocador: El manual de los dictadores: por qué
es casi siempre políticamente beneficioso hacer las cosas mal ( The
Dictator's Handbook: Why Bad Behavior is Almost Always Good Politics ,
New York, Public Affairs, 2011).
Los autores también afirman que las sociedades que pretenden ser
democráticas deben construir anticuerpos contundentes para minimizar
los efectos depredadores de los liderazgos hegemónicos puesto que, de
lo contrario, la libertad y los derechos individuales estarían
amenazados. En particular, se debe evitar la perpetuación de los
líderes y la instalación de partidos únicos con reglas de
competencia que aseguren la alternancia en el poder. Es lo contrario de
lo que insinúa el Gobierno con la reforma constitucional.
Como consecuencia de sus graves disfunciones político-institucionales,
la Argentina tiene hoy una pésima reputación en el mundo de los
negocios por los cambios permanentes en las reglas del juego, la
discrecionalidad de los funcionarios, la falta de transparencia y de
políticas anticorrupción, la mala calidad de la regulación y la
escasísima credibilidad de la Justicia. Es esta la causa central de
los problemas de competitividad, junto con el atraso cambiario. Incluso
antes de las ultimas medidas proteccionistas y de la modificación en
los requisitos de capitalización de los bancos, una de las principales
instituciones financieras del mundo recomendaba a sus clientes
deshacerse de todas las acciones de empresas argentinas, dada la
incertidumbre que caracterizaba el entorno de negocios.
En este contexto, es una pena que el Gobierno no se anime a defender
públicamente la importancia estratégica de la minería. Esta
actividad está intrínsecamente ligada a la historia de América
latina y del capitalismo. Se puede aprender de los errores y de los
éxitos de esa dilatada experiencia y asegurar los mejores estándares
medioambientales existentes en países desarrollados con auditorías
independientes y controles efectivos. Asimismo, las comunidades locales
deben asegurarse de que existan programas público-privados que
permitan que los habitantes se beneficien en forma directa y sustentable
de la riqueza generada. Sería lamentable que la desinformación, el
oportunismo, la demagogia y un falso fervor participacionista,
patriotero y xenófobo opaquen los efectos positivos de la actividad e
impidan que el corredor cordillerano se convierta en un motor de
desarrollo similar a la pampa húmeda. Nótese que Chile tiene 17
millones de habitantes, una población casi similar a la de las áreas
pobres de los principales manchones urbanos del país. En otras
palabras, la minería puede contribuir a mejorar la distribución
poblacional y a resolver el problema de la pobreza en la Argentina. La
renuencia al debate expone con mayor contundencia el anacronismo que
caracteriza la visión y los instrumentos que promueve el Gobierno. Un
importante diplomático advertía esta semana, no sin sorpresa, que
"todos sabemos que la inflación, el proteccionismo y el
intervencionismo exacerbado tienen efectos negativos. ¿Cómo puede
ser que una persona informada e inteligente como Cristina crea lo
contrario?" En efecto, en el "mundo del derecho" en el que cree vivir la
Presidenta no existe la inflación, y el proteccionismo es la mejor
forma de cuidar el empleo y el superávit comercial. Si el aumento
generalizado de precios fuera sólo el 9 por ciento que reporta el
Indec, deberíamos estar debatiendo un programa de estabilización. Es
lo que sucede en Brasil o Uruguay, donde están preocupados con un
índice de 6%. O en China, donde se implementó recientemente un serio
ajuste cuando la inflación alcanzó ese umbral.
Sin embargo, el aislamiento cultural y la notable falta de interés
frente a lo que opina la comunidad internacional de las decisiones del
Gobierno se expresan más claramente en la profundización de las
medidas proteccionistas. Aun cuando no haya que ser ingenuo en materia
comercial y suponer que los países cumplirán a rajatabla con las
normas definidas en los tratados internacionales, ¿pueden violarse
acaso la letra y el espíritu del Mercosur y las reglas de la
Organización Mundial de Comercio (OMC) sin contemplar consecuencias
negativas para el país? Aun si este fuera el caso, ¿supone la
Presidenta que se pueden sustituir y financiar rapida y localmente con
precios y estándares de calidad comparables los productos que hasta
ahora se venían importando, sin crear cuellos de botella y problemas
de logística? Tal vez se trate de una táctica transitoria: "En julio
veremos qué pasa", reflexionaba esta semana un funcionario del
Gobierno. Pero las consecuencias en términos de imagen y los costos
que deberán asumir los agentes económicos afectados tendrán
repercusiones mucho más duraderas.
En este sentido, tal vez el papel de Alicia Castro no deba
circunscribirse a la normalización de las relaciones con Gran
Bretaña en medio del fuego cruzado, por suerte sólo retórico,
del conflicto de Malvinas. Tal vez, luego de la extravagante sugerencia
de Guillermo Moreno a las aerolineas internacionales para que
incrementaran sus compras de productos argentinos, incluyendo la
lencería que utiliza el personal de a bordo, la ex embajadora en
Venezuela está particularmente capacitada para explicarle al mundo el
Frente para la Victoria's Secret,
o la peculiar economía política del cristinismo..